Cuba multicolor II: Los españoles

ISLA PERDIDAGRETEL QUINTERO ANGULOCUBA MULTICOLOR

Gretel Quintero Angulo

10/27/202412 min read

Casi todos los cubanos de mi generación escuchamos mil veces en la escuela aquello de que en Cuba somos un ajiaco (en relación con el símil usado por Fernando Ortiz al explicar su concepto de transculturación: interacción de dos o más culturas que da lugar a una nueva, con elementos de las originales, pero cualitativamente distinta a ellas), y que en la Isla, el que no tiene de congo tiene de carabalí. Pero no recuerdo que ningún maestro se haya detenido a explicarnos realmente qué era la transculturación, ni cuáles eran las diferencias entre congos y carabalíes, ni por qué, si los aborígenes de Cuba se extinguieron, mis bisabuelos maternos, a quienes conocí, tenían rasgos evidentemente taínos. Todo eso lo aprendí siendo adulta, guiada por mi curiosidad. Hacerme consciente de nuestra amplia diversidad de antecedentes culturales me dejó tan fascinada, que en esta serie de tres artículos quiero compartirles mi asombro a través de un poquito de la historia de los principales grupos humanos que, habiendo arribado a la Isla en épocas y circunstancias distintas, dieron lugar a los cubanos de la actualidad: indocubanos, españoles y africanos. Continuamos ahora con los españoles.

Los españoles

El 27 de octubre de 1492 llegaron a Cuba los primeros españoles bajo el mando del almirante Cristóbal Colón. Su objetivo: encontrar una nueva vía comercial que conectara Europa y Asia para así eliminar a los musulmanes como intermediarios del comercio entre ambos continentes. Colón había convencido a los monarcas españoles de financiar su empresa basado en ciertos cálculos errados que indicaban que resultaría más rápido y económico, arribar a Asia atravesando el Atlántico que bordeando las costas de África [4]. A causa de su desconocimiento de parte de la geografía del planeta, Colón desembarcó en Cuba convencido de que había llegado al extremo oriental de las costas asiáticas y murió en 1506, luego de otros tres viajes al Nuevo Mundo, creyendo que la Isla era tierra firme. En 1509 y a raíz de las dudas surgidas por los testimonios de otros navegantes, el virrey de La Española, Diego Colón, encarga a Sebastián de Ocampo lo que sería después reconocido como el primer bojeo a Cuba con el que se estableció que se trataba de una Isla.

Si te ha gustado saber más de este tema, pues quizás también te resulte interesante echarle un ojo a la bibliografía usada en esta serie de artículos:

1. Ortega Sartriques, Fernando; Izquierdo Díaz, Gerardo; Jaimez Salgado, Efrén; López Almirall, Antonio. El medio geográfico de la Cuba prehistórica, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

2. Ortega Sartriques, Fernando; Izquierdo Díaz, Gerardo; Jaimez Salgado, Efrén; López Almirall, Antonio. El medio geográfico de la Cuba prehistórica, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

3. Pérez Carratalá, Alfredo e Izquierdo Díaz, Gerardo. Cuba: migración e intercambio sociocultural en el Caribe, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

4. Torres-Cuevas, Eduardo y Loyola Vega, Oscar. Historia de Cuba. (“1492-1898. Formación y Liberación de la Nación”). Editorial Pueblo y Educación. Ciudad de La Habana, 2001.

5. García González, Ivette. Raíces profundas en el Oriente de Cuba. Editorial El Mar y la Montaña. Guantánamo, 2016.

6. Domínguez González, Lourdes S. La arqueología en el estudio de la religión y el arte en el Caribe prehispánico, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

7. Fernández Ortega, Racso. La mitología en el dibujo rupestre de la caverna de Patana, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

8. Lozano Alemán, Miguel. Gran Cemí de Patana: el ídolo ausente, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

9. García de Cortázar, Fernando y González Vesga, José M. Historia de España. Alianza Editorial. Madrid, 1994.

10. Castellanos, Jorge y Castellanos, Isabel. Cultura Afrocubana. Universal. Miami, 1988.

11. Torres-Cuevas, Eduardo. Dentro de muy poco tendremos en Cuba un pensamiento nuevo, fuerte y crítico, en Heriberto Feraduy Espino, ¿Racismo en Cuba? Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2015, pp 91-122.

12. Pereira Pereira, Oscar. Un encuentro de rebeldías: las relaciones interétnicas entre las culturas aborígenes y africanas, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

13. Mendizábal, Isabel; Sandoval, Karla; Berniel-Lee, Gemma; Calafell, Francesc; Salas, Antonio; Martínez-Fuentes, Antonio y Comas, David. Genetic origin, admixture, and asymmetry in maternal and paternal human lineages in Cuba en BMC Evolutionary Biology 2008 8:213. Disponible en doi:10.1186/1471-2148-8-213, consultado en noviembre de 2016.

14. Aboy Domingo, Nelson. Orígenes de la Santería Cubana. Transculturación e identidad cultural. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2016.

15. Bolívar, Natalia; González, Carmen; Río, Natalia del, Corrientes espirituales en Cuba. Editorial José Martí. La Habana, 2013.

16. Bolívar, Natalia; González, Carmen; Río, Natalia del, Ta Makuende Yaya y las reglas de Palo Monte. Editorial José Martí. La Habana, 2013.

17. Leal Spengler, Eusebio. Aspirar a un sentido más alto de la justicia, en Heriberto Feraduy Espino, ¿Racismo en Cuba? Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 2015, pp 32-40.

18. Marcheco Teruel, Beatriz. La genética: un novedoso camino hasta nuestros ancestros, en Felipe de Jesús Pérez Cruz, Los indoamericanos en Cuba. Estudios abiertos al presente. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana, 2014.

Las siete primeras villas fundadas en Cuba por los españoles. Todas existen como ciudades en la actuliaddad.

Las 7 primeras villas fundadas en Cuba

La ocupación española sistemática de Cuba comenzó en la primavera de 1510, con el desembarco por la zona de la Palma, en la bahía de Guantánamo, de Diego Velázquez de Cuéllar con un centenar de hombres [4,5]. Su propósito era crear un asentamiento desde el cual se pudiera exportar fuerza de trabajo hacia La Española, en donde ya escaseaban los indoamericanos, e investigar la existencia de oro en la Isla. Velázquez hubo de enfrentar la resistencia aborigen organizada por el cacique Hatuey, que provenía de La Española y que, a la larga, no pudo hacer frente a la cultura militar acumulada por los hispanos a lo largo de varios siglos de Reconquista: tres meses después parte considerable de los aborígenes del oriente de la Isla comenzó a desplazarse al occidente o hacia zonas intrincadas para huir de los conquistadores y su líder fue quemado en la hoguera en febrero de 1512.

En 1513 Velázquez recibió autorización para fundar asentamientos y repartir indios, y con ello comenzó verdaderamente la colonización. Así tuvo lugar la fundación de las primeras siete villas (o ciudades) en Cuba, organizadas a semejanza de las españolas, con el poder legislativo y administrativo concentrado en el consejo municipal o cabildo, y la iglesia, que con toda su jerarquía eclesiástica le daba carácter de asentamiento definitivo. A partir de este momento, la presencia europea en Cuba fue constante, aunque variable en su cantidad, pues estuvo mermada por epidemias y también por las múltiples expediciones que para la conquista del continente se organizaron y partieron desde la Isla.

Cuando los españoles llegaron a América, España era en sí misma una nación heterogénea producto de una larga y enrevesada mezcla norteafricana y europea, y cuya unión estaba dada a través de la monarquía y la iglesia [4,9]. La presencia humana en la península ibérica data de la prehistoria, con su población casi hasta la era moderna relativamente aislada de los europeos del norte por la barrera natural que significan los Pirineos, a la vez que conectados de manera natural con el norte de África y el Mediterráneo mediante el estrecho de Gibraltar [9]. La posición intermedia entre Europa y África convirtió en muchas ocasiones a la península en campo de batalla entre ambos mundos, pero al mismo tiempo en territorio de confluencias étnicas y numerosos mestizajes que han resultado en una enorme diversidad cultural. A esto último contribuyó además la orografía abrupta que divide de manera natural el territorio ibérico y que dificultó las comunicaciones hasta bien entrado el siglo XIX dando lugar a una fuerte comarcalización de la cultura.

Desde los tiempos más antiguos la península ibérica fue admirada por su riqueza en metales y la fertilidad de sus suelos, que atrajeron a ella a fenicios, griegos, cartaginenses, árabes y romanos, amén de los celtas asentados allí. La primera referencia histórica que se tiene de un hecho ocurrido en la región que hoy ocupa España es la fundación en 1140 a.n.e de la ciudad fenicia de Gadir, actual Cádiz, la más antigua urbe de la Europa occidental. Hacia el 218 a.n.e los romanos reunieron a las tribus y etnias ibéricas en la provincia de Hispania (en latín Hispania significa algo así como “tierra abundante en conejos”) bajo un mando militar, una organización administrativa y un aparato de control burocrático común. Fue en ese momento donde, por primera vez la península fue considerada como un todo único desde el punto de vista político.

Roma expandió a la península su civilización a través de su lengua, el derecho, las normas artísticas, la construcción de ciudades, caminos y monumentos, y la imposición de un modo de producción y una organización social. La caída del Imperio Romano en el 416 n.e puso fin al control de los latinos sobre la península, pero el legado de esta época se extiende hasta nuestros días. En particular, hay tres consecuencias de la dominación romana que han sido fundamentales para la historia posterior de España [9]: la idea de una península política y militarmente unida, que sería retomada una y otra vez hasta el final de la Reconquista; la unificación de costumbres y lengua que, a pesar de su diversidad cultural, facilitó la comunicación entre las élites de las distintas regiones; y el cristianismo, poder cohesionador de los pueblos de la península que proveyó la base ideológica para la reunificación.

Un hecho clave para la persistencia de la cultura romana y del cristianismo en la península fue el triunfo de los visigodos sobre las otras tribus germánicas que invadieron este territorio luego de la caída de Roma [9]. Los visigodos intentaron restituir el orden imperial y aunque finalmente fundaron su propio reino y adoptaron el cristianismo, sus intentos por reunificar la península no solo expulsaron de ella a las otras tribus, sino que establecieron límites geográficos para Hispania que permanecen fijos hasta la edad moderna.

En el año 711 los árabes, provenientes del África occidental, cruzan el estrecho de Gibraltar, conquistan el sur de la península ibérica y establecen en ella el emirato de Al-Andalus, con capital en Córdoba. Los visigodos, obligados a retirarse al norte, instalaron allí su resistencia a la conquista árabe a la vez que propagaron el cristianismo hacia territorios menos romanizados. Como resultado, surgen al norte de la península el reino asturiano, autoproclamando sucesor directo del visigodo y del cual se desprendieron en los siglos IX y X, los reinos de Castilla, Galicia, León, Navarra, Aragón y la Marca Hispana, actualmente Cataluña [4]. Los reinos cristianos conservaron cierto sentimiento de unidad basado en la pertenencia a un pasado común, al que contribuyeron además la actividad de la Iglesia, los matrimonios entre las monarquías, y la colaboración en la resistencia a los árabes por el sur y a Carlomagno por el norte.

La Reconquista por parte de los reinos cristianos del territorio ibérico ocupado por los árabes comenzó en el año 772 con la derrota en la batalla de Covadonga que impidió a los árabes ocupar toda la península. Sin embargo, no fue hasta el siglo XI que, aprovechando el desmembramiento de Al-Andalus, los castellanos iniciaron el avance hacia el sur. Los castellanos asumieron como tarea histórica la reconstrucción de Hispania al declarase herederos de Asturias a través de una fuerte tradición goticista y finalmente, en el siglo XIII, su ofensiva logró extender su dominio a las costas del Atlántico y el Mediterráneo [4]. Con ello emerge un sur dominado por la gran sociedad y los señoríos, pues el peso de la clase militar afianzada durante la Reconquista obliga a una distribución de la tierra en grandes lotes que beneficia fundamentalmente a los nobles y la Iglesia, con lo cual la pequeña propiedad se ve disminuida y él número de desposeídos aumenta.

A pesar de contar con el dominio económico, una vez asentados en los nuevos territorios, tanto nobles como eclesiásticos y desposeídos castellanos se vieron insertados como minoría en una sociedad judeo-musulmana multirracial y multirreligiosa. Si bien en un inicio islámicos y hebreos gozaron de la protección real ante la iglesia y el pueblo -los primeros por ser mano de obra barata y sumisa; los segundos por su valor como comerciantes-, hacia el siglo XIV, las sucesivas crisis económicas y demográficas derivaron en una violencia hacia los no cristianos que fue escalando hasta culminar con su expulsión legal de la península en el siglo XVI de mano de los Reyes Católicos. Aunque la expulsión de los no cristianos empobreció el panorama social y cultural hispano, no fue suficiente para borrar el resultado de tres siglos de convivencia y su legado permanece en los hábitos de vida y en el lenguaje de los españoles, y, a través de ellos, también en el de los latinoamericanos.

En el marco de estas políticas, la llegada de Colón a América no pudo haber sucedido en un mejor momento. Varios siglos de Reconquista crearon una mentalidad española, y sobre todo castellana, basada en lo que se ha llamado el ideal de hidalguía [4]. Convergen en él, el sentido del honor como expresión externa de la propia dignidad, el de la honra como expresión interna, el del valor de las armas para el logro de las ambiciones personales, el de la religiosidad como motivación y proyección en este y el próximo mundo, y el ansia de riqueza y de poder. Todo ello logra su personificación en el hidalgo, noble de segunda línea, sin posesiones ni disposición para el trabajo manual, y cuya única posibilidad de realización se halla en la expansión territorial. El hidalgo encajaba perfectamente en el carácter de guerra santa que adquiría toda empresa conquistadora en España y en el proceso de migración que acompañaba a los triunfos militares. El descubrimiento del Nuevo Mundo permitió que esta mentalidad se perpetuara al proveer vastos territorios para nuevas colonizaciones, que se convertirían además en el punto de partida hacia el sueño del enriquecimiento probable de miles de españoles pobres [9].

A la par de la diversidad cultural y el misticismo hispanos, el ideal de hidalguía fue trasladado a América. Durante el establecimiento de las colonias, nobles, campesinos, navegantes y españoles en general se vieron unidos en el nuevo grupo social hegemónico de origen hispano, pues diferencias de clases aparte, todos venían con un mismo estatus y propósito: enriquecerse a partir de los recursos de las tierras conquistadas y regresar a España siendo ricos y, de ser posible, nobles. Con el desarrollo de las colonias y el surgimiento de una población criolla en estas, la visión de América como tierra de tránsito y el sueño del regreso triunfal a la península, que siguió siendo la fuerza motriz de los miles de migrantes de la península que luego de la ocupación inicial continuó recibiendo la Isla, no tardó en entrar en conflicto con los intereses, aspiraciones y sentimientos de aquellos cuya vida comenzó a desarrollarse por completo en ella, contribuyendo al surgimiento gradual de una idea de “lo cubano” como algo esencialmente distinto y alejado de lo español, a pesar de haber heredado su lenguaje, parte importante de su idiosencrancia y de ser el 69% del material genético de la población cubana actual es de origen europeo.

La alianza matrimonial que el 19 de octubre de 1469 unió a los Reyes Católicos –Isabel de Castilla y Fernando de Aragón-, además de unificar a sus reinos como parte de una estrategia de fortalecimiento mutuo, dio inicio a la fase final de la unificación definitiva de España. Para consolidar la precaria unidad peninsular los Reyes Católicos desplegaron una agresiva política exterior que pone fin a la Reconquista con la anexión de Granada, promueve intervenciones militares en Italia y Navarra, y se lanza a la expansión ultramarina acudiendo siempre a la unidad religiosa como soporte de la política, pues durante este reinado la Iglesia jugó el doble papel de instrumento de paz hacia el interior de España, y justificación de las guerras de conquista.

Diego Velázquez de Cuéllar

El "baile español" es una de las formas de danza más practicadas en Cuba, ya sea de forma aficionada o profesional