Las telenovelas: Del Placer Culposo a la Memoria Colectiva 📺✨📖

ISLA PERDIDALETRAS Y MÁS LETRASSUELTAS Y SIN VACUNARGRETEL QUINTERO ANGULO

Gretel Quintero Angulo

2/7/202514 min read

A mí me encantan las telenovelas, sobre todo aquellas que a través de un balance perfecto entre comedia y drama son capaces de mantener la tensión y el interés, proporcionado al mismo tiempo mucha relajación y disfrute. Sin embargo, confieso que me ha costado años admitir esto en público, porque ya saben, las telenovelas “son un producto tonto de baja calidad para mujeres sin educación”; por tanto, las mujeres inteligentes, no se diga ya los hombres, pues no las vemos –para nada, ¡qué horror!

Así que, si una anda por ahí en ambientes intelectuales, ya sean científicos o artísticos, pues no conviene ir gritando que esperas con ansias cada capítulo de la telenovela de turno como si fuera la más profundade las películas o la más afamada de las series. ¿Pero son en realidad las telenovelas ese producto tan malo y carente de todo tipo de valores, intelectuales y artísticos?, ¿o será que, como casi siempre, la belleza, y la crítica, está más bien en el ojo del que mira?

Un poquito de historia…

Lo que hoy conocemos como telenovela surgió a inicios de la década de 1950 como una mezcla del teatro y el folletín literario con las radionovelas que se emitían en Latinoamérica desde alrededor de 1920, y compartiendo ciertos rasgos con la que podría ser su hermana mayor, la soap opera estadounidense, aparecida por allá por 1930. Los tres primeros países en producirlas y emitirlas fueron Brasil (Su vida me pertenece, 1951), Cuba (Senderos de amor, 1952) y México (Ángeles de la calle, 1952). En sus inicios los capítulos solían ser relativamente cortos (unos 15 o 20 minutos) y su frecuencia de emisión más baja (una o dos veces por semana), y no fue hasta 1957 que la novela mexicana Senda prohibida adoptó el formato de emisión de lunes a viernes, el más común en la actualidad. Igualmente, fue mexicana la primera telenovela que rebasó los límites de Latinoamérica: Los ricos también lloran, de 1979.

Las líneas temáticas principales de las telenovelas, entre las que destacan los amores imposibles, los parientes desconectados o perdidos, las luchas entre miembros de una misma familia o entre comunidades o familias rivales, los conflictos por herencias o las venganzas, se han mantenido más o menos invariables, aunque eso sí, sometidas a una modernización constante en el enfoque y resolución de los conflictos. Quizás ha sido precisamente la capacidad de sus creadores para abordar problemas humanos genéricos y atemporales desde una perspectiva actualizada lo que ha permitido a la telenovela superar barreras lingüísticas y culturales, y convertirse en un producto de entretenimiento global, con hitos compartidos por personas de todo el mundo como es el caso de la ya clásica Yo soy Betty, la fea (Colombia, 1999), emitida en más de 180 países, doblada a 25 idiomas y que cuenta con unas 28 adaptaciones, un número que aumenta cada año. De hecho, a pesar del surgimiento de las plataformas de streaming y de la enorme producción actual de muchísimos otros tipos de dramas seriados, las telenovelas continúan estando entre los más consumidos, posicionándose como un producto cultural capaz de adaptarse a las nuevas tendencias sin perder su interés.

Senderos de amor

Cuba, 1952

Senderos de amor, Cuba, 1952

Esto no es de extrañar, al contrario, siendo un hecho que vivimos en una sociedad donde hombres y mujeres estamos llamados a desarrollar roles distintos, la existencia de productos artísticos que se enfoquen más en las luchas internas y externas de uno u otro género es esperable. Ahora bien, la fuerte tendencia que desde muchos ambientes “intelectuales” nos empuja a considerar que los conflictos y personajes de las telenovelas son, por regla general, de menor importancia, profundidad o trascendencia que los desarrollados en otros productos de la cultura popular dirigidos a hombres o a ambos sexos, es machismo puro y duro, de ese que asume de manera automática que cualquier conflicto o preocupación femenina es siempre banal y secundaria.

No creo que deba defender ante nadie que la maternidad, y por tanto las dificultades y tabúes asociadas a ella, es un asunto de vital importancia para todos los seres humanos y no solo para las personas de sexo femenino. Y en cuanto al tema del amor y el matrimonio, pongámonos en contexto. Si bien hoy en día las cosas han cambiado un poco, la telenovela surgió en un momento en el que el principal proyecto de vida de una mujer debía ser el crear y cuidar a su familia. Y si de una se espera que alrededor de sus 20 años decida quién será el hombre del cual va a depender a largo plazo el bienestar económico y espiritual de una misma y de sus hijos, pues esta es sin dudas una de las decisiones más importantes que cualquier mujer deberá tomar durante su vida. Eso, sin perder de vista que tanto el amor como el matrimonio continúan siendo asuntos cruciales en la actualidad, por más cambios que haya habido en las dinámicas y las expectativas de género.

Claro, que ahora me podrían decir que, si bien sus temas principales sí son relevantes, la manera de tratarlos en ellas es extremadamente fantasiosa e idealizada, y que sus personajes no pasan de burdos estereotipos establecidos a través de violentas simplificaciones emocionales y psicológicas de los seres humanos que intentan representar. A lo que yo respondería, ante todo, que esto no es siempre así, y que depende de la calidad –guión, dirección, actuaciones, edición, etc.– de la novela. Por otra parte, toda obra de ficción contiene siempre en su planteamiento y desarrollo dramático algo de fantasía y hasta de falsa heroicidad, por la mera razón de que busca entretener y aportar un sentido narrativo global que la vida, siendo en sí misma bastante aleatoria y monótona, no tiene. Y en todo caso, el valor final de la obra no radica en cuán realista sea, sino en su habilidad para plantear conflictos, circunstancias y personajes capaces de despertar el interés, la empatía e incluso hasta el odio del espectador, ya sea porque simpatice con las situaciones que se presentan o porque se reconozca en sus héroes, aunque estos sean irreales hasta la locura, como esas niñas ultra buenas, bellas e inocentes de más de una memorable novela mexicana, o como aquél famoso millonario al que un día le dio por perseguir bandidos disfrazado de murciélago.

En cuanto a la simplificación de situaciones y personajes, es cierto que las telenovelas tradicionalmente se han movido en el reino de los estereotipos. Ellas, al igual que muchos otros productos de la cultura popular, como las comedias románticas o el cine de acción, se presentan ante el público como algo sencillo, fácil de consumir, y que si ha evolucionado ha sido más por la necesidad de agradar y atraer nuevas audiencias, que por la pretensión, explícita en otras producciones artísticas, de ir causando revoluciones a su paso, aunque algunas novelas sí lo hayan hecho. Pero es innegable que, las telenovelas, viéndose como ya se dijo en la necesidad de evolucionar, han sabido hacerlo dándole mucho volumen y autenticidad a sus historias y personajes, atreviéndose a tocar temas en su momento prohibidos o ignorados –algo de lo que hablare más abajo–, y dejando en su transición de la protagonista buena–buena y boba–boba a lo que hoy llamamos “la mujer empoderada”, un legado de caracteres femeninos que, incluso en sus universos imaginados, son dueñas de sí, independientes, luchonas y capaces de hacerse respetar y de labrar un camino de vida sólido para ellas y sus familias. Personajes estos más cercanos a las mujeres y sus situaciones reales que los de muchas afamadas películas que, intentando dar una visión profunda o heroica de lo femenino, se centran en mujeres que han alcanzado algún tipo de relevancia social, y no en las batallas cotidianas de las que somos más comunes y corrientes. Yo, que como buena cubana soy fanática de las novelas brasileñas, recuerdo ahora a Susana Vieira como María Do Carmo en Señora del destino (Brasil, 2004-05) y a Regina Duarte como Raquel en Vale todo (Brasil, 1988-89), y más recientemente y fuera del circuito brasilero, a las chicas del pelotón en Betty en Nueva York (USA, 2019) y a las hermanas Matilde (Corina Mestre) y Brígida (Martha del Río) en la cubana Pasión y Prejuicio (1992) una de la mejores novelas que se hayan producido en la Isla y que es, entre todas las que mencionaré en este artículo, mi recomendación principal para los amantes del género. En relación con estos ejemplos, es bueno señalar que las telenovelas no solo se centran en los conflictos de las mujeres jóvenes, sino que, con bastante frecuencia llevan también el foco de atención hacia los problemas enfrentados por mujeres de la mediana y la tercera edad.

Otro argumento en detrimento de las telenovelas y sus espectadoras es la idea de que ellas son para nosotras una especie de droga, una fantasía peligrosa que tiende a desconectarnos de la realidad metiéndonos en un mundo de ensueños románticos (porque las mujeres, ya se sabe, somos débiles mentales). Existe una especie de falsa leyenda sobre la profundidad de la conexión emocional que las mujeres llegamos a tener con las telenovelas. Es cierto que a muchas -y muchos- nos gustan, nos entretienen, nos brindan nuevas emociones, experiencias, perspectivas e incluso conocimiento de otras culturas o épocas, pero en mis más de treinta años de telenovelera yo nunca he visto a una mujer llorar por algo que haya pasado en pantalla. En cambio, sí he visto a varios hombres salírseles las lágrimas cuando su equipo de fútbol va perdiendo un partido importante, y no me refiero al equipo de su país o ciudad, sino al de la liga extrajera que siguen a distancia. ¿Qué dos mujeres se han dejado de hablar o han llegado a ofenderse por tener opiniones diferentes con respecto a algo que pasó en pantalla? Que yo sepa, jamás. ¿Dos hombres que hayan dejado de hablar o hayan llegado a ofenderse porque para uno era mejor Messi y para otro Ronaldo? Ahora mismo se me ocurren varios. Así que ni el apasionarse por un producto cultural es solo una característica femenina, ni hay que asumir que por consumir muchas novelas terminaremos creyendo que vivimos en alguno de sus universos ficcionales, como tampoco se asume que una persona crea en la existencia de los dragones solo por haber visto Juego de Tronos.

La telenovela como producto femenino

Sí, la telenovela surgió como un producto femenino, dicen que patrocinadas por ciertas compañías para promocionar sus bienes y servicios entre las mujeres, más específicamente, por ciertas compañías productoras de jabón (de ahí vendría el apelativo de “soap opera” con que se conoce a su versión angloparlante, pero debo confesar esto último no lo verifiqué). Lo que sí es innegable es que sus protagonistas suelen ser mujeres, y sus conflictos suelen estar siempre relacionados de alguna manera con problemáticas que se consideran eminentemente femeninas: la maternidad, el matrimonio y el amor.

Las chicas del pelotón, Betty en Nueva York, Univisión, 2019

Quizás el ejemplo paradigmático de la valía documental de las telenovelas sea el hecho de que, desde sus inicios, han recogido de manera sistemática los cambios en el rol social de la mujer, y en la dinámica de las relaciones amorosas y de poder entre los sexos. Pero este no es el único. Tomemos como breve caso de estudio las telenovelas cubanas desde finales del siglo pasado hasta la actualidad en las que el marco temporal de la trama se sitúa en el momento de su producción. Entre ellas, algunas de las más recordadas son: El naranjo del patio (1998), Si me pudieras querer (1999), A pesar de todo (2000), Salir de noche (2002), Doble juego (2002), El balcón de los helechos (2005), La cara oculta de la luna (2005), ¡Oh, La Habana! (2007), Polvo en el viento (2008), Añorado encuentro (2010), Aquí estamos (2010), Bajo el mismo Sol (2011), Tierras de Fuego (2013), Cuando el amor no alcanza (2015), Vidas cruzadas (2018) y El rostro de los días (2020) – todas disponibles en YouTube, aunque lamentablemente no siempre con la mejor calidad audiovisual.

A pesar de que en la televisión cubana se suele maquillar la situación económica del país –¡qué digo maquillar, si se le hacen tremendas cirugías plásticas! –, e ignorar los conflictos políticos, es impactante ver cómo en estas obras ha quedado plasmado el devenir de nuestra sociedad a través de asuntos tan trascendentes y a la vez comunes como las ideas de lo aceptado o prohibido a nivel social, las aspiraciones de los más jóvenes, nuestras esperanzas de futuro, la percepción social de lo que es una vida buena o deseable, el racismo, la homosexualidad, la emigración, la prostitución, la corrupción, la paternidad (además de la ya tradicional maternidad), la vejez, el abandono, la soledad, la educación sexual de hombres y mujeres, la violencia de género, la discapacidad y un larguísimo etcétera.

Puede verse así, como en un lapso de apenas veinte años se ha pasado de una telenovela como Salir de noche (2002), en la que el tímido y correcto personaje homosexual casi que se disculpa ante el resto de los personajes por serlo, a una obra como Renacer (2024) en la que hay tres personajes homosexuales que además de formar un triángulo amoroso, tienen sus propios dilemas y, lo que es más importante aún, otros rasgos distintivos en su personalidad más allá de su orientación sexual. Por otra parte, tenemos el caso de La cara oculta de la Luna (2002), que cuenta la historia de cinco personas portadoras de enfermedades sexuales, en el caso de cuatro de ellas el virus del VIH, y que trata de una manera dura y abierta, además de lo relacionado con el contagio, otra serie de asuntos bien delicados como pueden ser la sexualidad y los efectos de la presión social y la represión en ella, el descubrimiento y aceptación de la orientación sexual, el alcoholismo, la negligencia en el cuidado de los hijos, los conflictos intergeneracionales, y los generados por las contradicciones entre los ideales románticos y la realidad de la vida en pareja. Una novela que fue casi escandalosa en su momento, pero que gracias a la calidad de su guión y sus actuaciones ha quedado como un hito entre los audiovisuales cubanos. Menos impactante, pero también polémico fue el caso de El rostro de los días (2020), que tocó el tema del padre soltero, en este caso viudo, al que la familia de su fallecida esposa quiere quitarle la custodia de su propio hijo, porque bueno, él es hombre.

Por supuesto, esta capacidad de mostrar la realidad social no se reduce a las telenovelas producidas en Cuba. Entre mis queridas novelas brasileñas también podemos encontrar casos que han causado revuelo por su representación de temas conflictivos en su momento como el divorcio y el aborto (Una mujer llamada Malú, 1979), los rejuegos de poder entre las fuerzas políticas, económicas y religiosas (Roque Santeiro, 1985), y la pobreza extrema y el desamparo social (Avenida Brasil, 2012). Y para que no se me acuse de dejar fuera al resto de países productores de novela quizás debería cerrar mencionando nuevamente a todas aquellas inspiradas en el argumento de Yo soy Betty, la fea (Colombia, 1999), que en un alegre y ligero tono de comedia colocan en el foco de atención a un tema bien importante pero que usualmente se pone en segundo plano: el impacto de la belleza física, o su falta, en la vida diaria.

Las telenovelas como memorias y emociones compartidas

Por otra parte, las telenovelas son también un medio de socialización y construcción de la identidad, que sirve como vínculo entre personas de diferentes generaciones, e incluso de distintas procedencias geográficas. Volvemos al caso de Cuba, donde a pesar de no ser un producto para niños, estas obras se consumen en familia, proporcionando un espacio no solo para el entretenimiento, sino para el debate e incluso la educación, que surge de manera espontánea al comentar los sucesos de cada capítulo, o explicarlos a los más pequeños, en un ambiente de disfrute y reflexión inconsciente. Además, para los cubanos, las telenovelas de producción nacional actúan como fenómeno cohesionador entre los que están dentro y fuera de la Isla, aunando anhelos y nostalgias, y demostrado un poder mucho más allá del mero pasatiempo banal al marcar momentos importantes de la vida de nuestra sociedad y convertirse en recuerdos compartidos.

En nuestro país, por ejemplo, se trasmitía la telenovela brasileña Vale todo (Brasil, 1988-89) a inicios de la década de 1990, justo en el momento en que comenzó a autorizarse la existencia de la propiedad privada sobre pequeños comercios, algo prohibido desde los inicios de la Revolución de 1959. A raíz de ello, a los restaurantes privados en Cuba, o sea, a los que no son propiedad del gobierno, se les llama “paladares”, pues “El Paladar” es el nombre del restaurante que, con grandes trabajos y luego de muchos capítulos de vender bocadillos en la playa, logra abrir la protagonista de esta novela. Igualmente, en algún momento de mi preadolescencia fueron muy populares los vestidos “helenita”, unos camiseros sin mangas y hasta las rodillas usados por Helena (Maité Proença), la protagonista de Felicidad (Brasil, 1991-92), y más de una llegó a buscar la famosa flor de Jorge Tadeo (Te odio, mi amor, Brasil, 1992), también conocida como Anthurium, que, al comerla, bueno… al comerla hacía que el espíritu de este fotógrafo tan viril se apareciera dejando a la degustadora loca de pasión. (Esto se entiende que es un chiste, ¿verdad? No, ninguna cubana se comió la flor pensando que este amante maravilloso se le aparecería de verdad; de hecho, no creo que nadie se haya comido la flor con ese o ningún otro propósito.)

Igual de evocadoras resultan para varias generaciones de cubanos frases icónicas como “¡Oh, Charito, oh!” de Sol de Batey (Cuba, 1985), una novela que yo nunca he visto y aun así sé quienes eran Charito (Susana Pérez) y su pobre enamorado, un tanto ridículo, que le decía esto; o el “Niña, mira a tu novio” de Pasión y prejuicio (Cuba, 1992), que detrás de lo que terminó volviéndose un chiste escondía uno de los actos más infames que se haya presentado en un audiovisual cubano, llevado a cabo por Héctor Hechemendía en su tan inolvidable como despreciable personaje de Don Ramón. Y si bien los espectadores estamos más que conscientes de que es poco probable que nuestras vidas terminen como por arte de magia con el mismo desborde de lujo con que suelen terminar las de sus protagonistas, es indudable que las telenovelas tienen un valor cultural significativo. Lejos de ser un simple entretenimiento superficial, son un espejo de nuestras sociedades, en las que se reflejan, a veces incluso sin quererlo, las luchas, los valores y las aspiraciones tanto de hombres como de mujeres, aunque se enfoquen principalmente en los desafíos y logros de estas últimas, que no son para nada menores ni menos respetables que los de sus contrapartes masculinas. Al igual que otros productos artísticos más “elevados”, y quizás de una manera menos pretenciosa y elitista, las telenovelas ofrecen una forma de conexión emocional, y deberían ser apreciadas sin prejuicios por su capacidad de resonar en el público, de servir como un vehículo para visibilizar conflictos cotidianos y universales, y de ofrecer a miles de personas una experiencia conjunta que les brinda por igual momentos de escape y reflexión.

Las chicas del pelotón, Betty en Nueva York, Univisión, 2019

Las telenovelas como pequeñas cápsulas de historia

Aunque por su aún corta existencia es quizás pronto para que este se les reconozca de manera universal, las telenovelas tienen un valor antropológico e historiográfico innegable. Si bien a lo largo de los siglos los historiadores han documento el devenir militar y político de la humanidad, centrándose en las grandes personalidades y los grandes hechos, la descripción de la vida diaria de los seres humanos comunes en muchas ocasiones ha quedado relegada, haciendo que sea difícil saber simplemente como era el día a día en otros sitios y épocas. Al centrarse en lo femenino, las telenovelas, sea cual sea su marco espaciotemporal, abren una puerta a la cotidianidad, a la vida íntima de un momento y lugar dados, expresando los ideales morales y materiales de la sociedad que representa, sus hábitos, sus conflictos y contradicciones, y erigiéndose en su conjunto como testimonio de su evolución.

Iliana Wilson como María Mercedes y Héctor Hechemendía como Don Ramón en Pasión y Prejuicio, Cuba, 1992

Iliana Wilson como María Mercedes y Héctor Hechemendía como Don Ramón en Pasión y Prejuicio, Cuba, 1992