¿Machismo o mala educación? Las sutiles máscaras del sexismo

SUELTAS Y SIN VACUNARGRETEL QUINTERO ANGULO

Gretel Quintero Angulo

6/5/20248 min read

Hace unas semanas, los organizadores de este blog estuvimos conversando sobre qué es y qué no es micromachismo. En teoría, un micromachismo es toda pequeña acción, por lo general sutil o normalizada, que ayuda a perpetuar las ideas en las que se basan los roles de género. ¿Un ejemplo?, algo que vi muchísimo en una de mis librerías favoritas de La Habana. Venía una madre o un padre a comprar algún artículo escolar, digamos una mochila, y la dependienta enseguida les preguntaba: ¿De niña o de niño? La de niña rosa, la de niño azul; por supuesto (como los zapatos en la imagen que generamos con la IA para este post). Y hay muchos más: las flores son un regalo solo para mujeres; los hombres no lloran; los hombres y las mujeres no pueden ser amigos; la cuenta en el restaurante es siempre para el hombre; las citaciones de la escuela son siempre para la madre…

¿Machismo o mala educación?

Nuestro principal punto de conflicto fue el manspreading, o sea, la práctica masculina que consiste en sentarse con las piernas abiertas en el trasporte público, ocupando el espacio de otros pasajeros. Porque esto, ¿es machismo o mala educación? Al final no todos los hombres lo hacen, muchos lo hacen de manera inconsciente y tampoco puede afirmarse que sea un acto dirigido de manera directa contra las mujeres: un hombre podría ocupar también parte del asiento donde va otro hombre. No obstante, sí se puede decir que hay una diferencia de acuerdo con el sexo de la persona afectada, ya que un hombre tendería también al manspreading y ambos terminarían compitiendo por el espacio, mientras que una mujer es más probable que opte por sentarse con las piernas cerradas, tratando de evitar el contacto físico y sacrificando su comodidad a la del invasor. Claro, que en lugar de hacer esto, la mujer podría reclamar su espacio. El resultado en ese caso dependería de la respuesta y motivaciones del hombre, las posibilidades serían múltiples y la discusión podría hacerse infinita e improductiva, como suele suceder cada vez que uno de estos casos sexismo medio confuso sale a colación y todo queda en el plano subjetivo de las mujeres que “somos unas exageradas” en contraposición con las personas que no logran ver dónde está el problema.

¿Por qué te molestas si solo fue un chiste?

¿Pero existe en realidad la discriminación hacia las mujeres a causa de su género o son imaginaciones de algunas de nosotras que hemos sido infectadas por la ideología del feminismo? Mi respuesta a esta pregunta es obvia: existe; el problema está a la hora de identificarla.

Algunos actos de sexismo hacia las mujeres son muy claros. Me viene a la mente un día en que estaba sentada en uno de los pasillos de mi facultad conversando con otra profesora sobre unas clases que debíamos coordinar. De pronto pasa un colega y dice como al viento: “Dos mujeres juntas, ¿a quién le estarán sacando las tiras del pellejo!”, y continúa su camino riéndose. A ninguna de las dos nos gustó el comentario y se lo hicimos saber, a lo que él respondió que no debíamos molestarnos, que en realidad solo era un chiste. ¿Pero lo era? Es decir, ¿este hombre pensaba que absolutamente todas las mujeres solo se juntan para el cotilleo (ahí va, otro micromachismo), o simplemente nos vio concentradas y quiso hacernos una gracia? Y si de verdad solo fue un chiste, ¿deberíamos dejárselo pasar o es suficiente el carácter machista de la broma para justificar la reprimenda, aunque el bromista afirme no haber tenido mala intención? ¿Es correcto permitir que se bromee en frente de uno con los estereotipos que buscan reafirmar nuestra supuesta inferioridad, o es que las feministas somos unas histéricas que nos alteramos por nada? (Otro micromachismo.)

En este caso, yo diría que la ausencia de mala intención que defendía nuestro colega viene de que la asociación de las mujeres con el chisme está tan naturalizada, que él no es capaz comprender por qué eso nos molesta o nos degrada si al final, desde su punto de vista, no es más que otro de nuestros “rasgos femeninos”. Y, por otra parte, yo no entiendo cómo podría no molestarnos que se nos asocie siempre a las féminas con los asuntos más banales, y considero que permitir bromas como esas en nuestros ambientes de trabajo a la larga sí contribuye a que esta asociación continúe.

Además, ¿hasta qué punto es sano permitir que se llegue con la justificación de que "fue un chiste"? Porque yo tengo una amiga a quien, comenzando un examen oral y público de programación, el profesor le dijo algo así como: “A ver qué fue lo que hiciste, porque a mí me han dicho que las mujeres no pueden programar.” Como es de esperar, ella se molestó y protestó lo más educadamente que pudo, a lo que el profesor reaccionó diciendo, no sin cierto tono de ironía, que solo había sido un chiste. No obstante, esta interacción incómoda al comienzo del examen y la ira contenida de mi amiga, la pusieron nerviosa y no pudo defender su proyecto del todo bien. Hecho que el profesor aprovechó para repetir varias veces y riéndose que, en realidad, ella no le estaba demostrando que su comentario sobre las mujeres y la programación estuviera errado. Y todo frente al resto de la clase, compuesta casi en su totalidad por hombres, muchos de los cuales no paraban de reírse del “chiste”.

Duda razonable

Por otra parte, sí es cierto que hay situaciones donde la sospecha de un acto de sexismo –consciente o no– no puede ser confirmada o negada de manera absoluta. Tal es el caso de una situación que viví durante la defensa del trabajo final de una de esas asignaturas donde se hace mucho énfasis en que los alumnos den su opinión, argumentada, pero su opinión. Y estaba yo toda inspirada compartiendo mis consideraciones sobre el tema que me había tocado discutir, cuando de repente el profesor me interrumpe con un: “¿Y todo eso quién lo dice?” De primeras yo no entendí la pregunta, así que repliqué: “¿Cómo que quién lo dice?” “Sí, ¿qué quién te lo dijo, o de qué libro lo sacaste?” Enseguida le expliqué que no lo había sacado de ninguna parte —bueno, de mi cabecita—, que esas ideas eran mías y parece que le gustaron porque me dio la máxima calificación. No obstante, no es por la calificación que recuerdo este examen, es por la pregunta, o más bien por el extrañamiento de ese hombre al escuchar que aquello que yo había estado diciendo eran mis conclusiones personales sobre el tema de mi presentación. Y si bien no puedo afirmar con absoluta certeza que él pensara que yo no podía generar buenas ideas por ser mujer –quizás solo tenía una mala opinión de mí como estudiante–, sí puedo decir que yo fui la única mujer en hacer aquel examen, y que a ninguno de mis compañeros —ni a los que expusieron sus puntos de vista, ni a los que recitaron lo que decían los libros—, él les pidió las referencias de las valoraciones que estaban dando.

En otra ocasión, justo acababa de conocer a los padres del que era en ese momento mi novio, cuando él comenzó a contarles con mucho detalle su proceso de preparación para el examen del nivel A1 de inglés que tendría en unos días. El padre estaba bastante asombrado con el rigor de la prueba, y su separación en varias habilidades, al punto de que aprovechaba cada una de las pausas que mi novio hacía para expresar lo orgulloso que estaba de su hijo por estar dispuesto a pasar tanto trabajo para superarse. En algún momento, mi novio mencionó que más o menos en las mismas fechas yo tendría mis pruebas del B1 en francés, luego de lo cual mi suegro se viró hacia mí y exclamó: “¡Ah, tú también estudias un idioma?, pero lo tuyo es más suave, claro.”

¿Qué por qué sospecho que esta frase fue un acto de machismo? Pues más que todo porque en ese momento mi entonces suegro no me conocía de nada. Apenas sabía que yo era profesora de Física, mujer, y la novia de su hijo, y no tenía detalle alguno sobre mi nivel ni mi examen de francés. ¿De dónde entonces venía esa “claridad” que le indicaba que mi curso y mi prueba eran más fáciles? No sería, creo yo, de que soy profesora de Física. Claro está, que también podría ser el orgullo de un padre no queriendo aceptar que alguien pudiera tener un examen de idiomas de mayor nivel que el de su admirable y sacrificado hijo, pero igual.

Obviamente, no creo que mi suegro pensara que a las mujeres nos ponen los exámenes de idioma más fáciles que a los hombres, pero sí quizás que al ser yo mujer había escogido un curso o un idioma que resultaba más sencillo. Enseguida le explicamos que ese no era el caso y por supuesto que el asunto no tuvo más trascendencia en nuestras vidas. Pero de nuevo, la asociación casi automática de las mujeres con la falta de esfuerzo intelectual, sumada a la forma más o menos sutil en la que se nos empuja a ocupar un lugar secundario con respecto a los hombres que nos rodean, generan una sospecha más que razonable de que en el fondo, la “claridad” de mi exsuegro no fue más que una expresión inconsciente de machismo.

Sobre esto de las mujeres siendo forzadas hacia un lugar secundario respecto al hombre, unos amigos míos tuvieron una experiencia de libro de texto de sexsimos. Luego de que su carro chocara con otro automóvil, mi amiga, que iba manejando, se bajó del auto para hablar con el otro chofer implicado. Pero este, negándose a discutir con ella los detalles del accidente y del manejo de los daños que se habían causado, insistía en hablar a solas con el esposo de mi amiga, incluso luego de saber que ella era la dueña del auto.

Hablando abiertamente

Como en aquel examen oral mío, las motivaciones machistas en el caso de mi exsuegro son imposibles de comprobar, entre otras cosas, porque en ambos casos preguntar directamente al perpetrador confiando en que no va a mentirnos, o a mentirse, es inviable. En el momento en que las palabras machismo y feminismo salen a relucir, el noventa por ciento de la gente se acuartela y se pone a la defensiva. Y como mismo a nadie le gusta que lo acusen de machista, aunque la acusación esté bien fundamentada, hay muchas mujeres que no quieren ser vistas como feministas para no parecer conflictivas; y, en general, hoy en día cuesta tocar estos temas sin herir demasiadas sensibilidades, y sin que, a la larga, la discusión acabe centrándose alrededor de esas supuestas heridas. Pero es eso, o continuar permitiendo que se minimicen nuestras capacidades y seguir haciéndonos chiquiticas cada vez que nos sentemos en una guagua y el pasajero de al lado crea, por el motivo que sea, que tiene derecho a definir y utilizar nuestro espacio.