Los juegos de Virgilio
LETRAS Y MÁS LETRASGRETEL QUINTERO ANGULO
Discurrir sobre el objetivo de la literatura es una labor riesgosa. Las opiniones varían según el contexto histórico, la sensibilidad del lector, las escuelas críticas o incluso los intereses ideológicos en juego. Algunos podrían sostener que la literatura debe reflejar la realidad y denunciar sus injusticias; otros, que su fin es evadir el mundo y ofrecernos belleza o consuelo. Están quienes la ven como herramienta de transformación social, quienes la defienden como experiencia estética autónoma, y quienes entienden su función como un modo de preservar la memoria o ampliar el horizonte de la empatía humana. Cada camino lleva a una concepción distinta del acto de leer y escribir, y del lugar que ocupa la ficción en nuestras vidas.
Yo me atengo a unas palabras que parafraseo de Mario Vargas Llosa: la literatura no describe el mundo, lo completa. Aceptar esta función del arte —quizás la más creativa y libre— puede ser muy enriquecedor. Cuando el texto se asume también como fantasía, la literatura no es un reflejo de lo real, sino una exploración de lo posible. Lo posible que puede nombrarse, y que, de acuerdo con Borges, una vez nombrado, irremediablemente existe.
Siguiendo estas ideas, no queda de otra que aceptar que Virgilio Piñera (Cuba, 1912–1979) fue un abridor de puertas, un constructor de mundos. Este narrador, poeta, dramaturgo y traductor cubano es una de las voces más originales y transgresoras de la literatura del siglo XX. Con una mezcla única de ironía, lucidez crítica y humor negro, Virgilio sabía cómo sacar a flote todo el sinsentido, el horror y la desolación de las estructuras de lo cotidiano, pero también lo lúdico, lo oculto, lo inesperado, la interpretación que se aleja del mainstream, lo que escapa al molde o incomoda. Su obra, marcada por el absurdo, lo grotesco, la marginalidad y la tensión existencial, cuestiona las normas, subvierte las formas establecidas y nos obliga a mirar donde preferiríamos no hacerlo. En un contexto político y social que muchas veces lo silenció, Piñera perseveró como una voz necesaria, incómoda y profundamente humana.
Nunca necesitó de monstruos o fantasmas para sembrar el terror, porque para Virgilio el terror radica en una bañadera empotrada. Lo más espeluznante de su absurdo es que casi todo parece tan sencillo y realizable… De hecho, la mayoría abrumadora de las veces no hay en sus escritos elementos de lo sobrenatural. Y cuando los hay son, por lo general, equívocos, están puestos en duda desde el principio, y es de todo punto imposible afirmar que en el pequeño universo cerrado de sus textos lo fantástico sea “real” en el sentido de los que son nuestras verdades comunes, aquellas que la humanidad toda hemos pactado en aceptar.
Es lógico y comprensible temer a un fantasma que todos pueden ver; el verdadero problema surge cuando nuestros fantasmas son invisibles para los demás. Imagine, por ejemplo, que ese espectro sea el deseo desesperado de que alguien nos acune, y que salgamos a la calle a suplicar a desconocidos que nos acojan en sus brazos. O que no logremos, por ningún medio, incluso el más extremo, dormir… Imagine entonces que nuestro salvador no sea quien ofrece felicidad, sino quien trae la muerte, y que en medio de esa muerte salvadora brote la risa: la misma risa que habita su poesía. Porque si algo define los versos de Virgilio es su rechazo toda sacralización: no buscan convertirse en templo de lo etéreo o lo sublime, sino en burla, en juego feroz, en demolición de lo falso y pretencioso. Pocas poéticas han estado tan poco dispuestas a la reverencia.
La literatura no es, y nunca será —los escritores no lo permitiremos—, mera reproducción de la realidad, puro costumbrismo. Es también fantasía, es empujar los límites de lo real en todos los sentidos posibles en todas las direcciones, para ampliarla, engrandecerla y enriquecerla. Es imaginarnos en situaciones hipotéticas, descubrir esos espacios inesperados que habitan dentro de nosotros, pero que usualmente ignoranos, y que nos asustan o nos sorprenden. Eso es exactamente lo que nos propone Virgilio: una inmersión brutal y lúcida en lo que somos capaces de imaginar… o de temer.
Este pequeño comentario no pretende, ni de lejos, agotar todo lo que podría decirse sobre Virgilio Piñera. Su propósito es más modesto, pero no menos urgente: tender un puente hacia quienes puedan sentirse identificados, sacudidos o incluso divertidos con su obra, hacia la que ofrecemos algunos enlaces al final del texto. Porque en un mundo tan saturado de rutinas y normas, ¿por qué no darnos la oportunidad de reírnos desaforadamente de todo —incluso de nosotros mismos? ¿Por qué no cruzar el umbral de lo absurdo, del deseo desbordado, del miedo íntimo y del juego feroz?
Adentrarse en la literatura de Virgilio implica aceptar que no regresaremos iguales, que algo se romperá o se revelará en nosotros. Pero tal vez eso sea lo que necesitamos. Porque si algo puede todavía salvarnos —si algo puede aún mantenernos cuerdos— quizás sea precisamente una literatura que nos empuja a transgredir y florecer sin pedir permiso.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Virgilio Piñera Llera (Cárdenas, Cuba, 4 de agosto de 1912 – La Habana, 18 de octubre de 1979) fue un poeta, narrador, dramaturgo y traductor cubano. Se trasladó a La Habana en 1938, donde obtuvo el doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de La Habana en 1940. Ese mismo año, comenzó a publicar en la revista Espuela de Plata.
En 1941, publicó su primer poemario, Las furias, y escribió su obra teatral más reconocida, Electra Garrigó, que se estrenó en La Habana en 1948, marcando un hito en el teatro cubano moderno. En 1942, fundó la revista Poeta, y al año siguiente publicó el extenso poema La isla en peso, considerado una de las cumbres de la poesía cubana.
En 1952 publicó su novela, La carne de René, una obra provocadora que aborda, con audacia poco común para su tiempo, temas como la sexualidad y la represión. No obstante, su obra narrativa más reconocida y celebrada es Cuentos fríos (1956), una colección de relatos en la que cada pieza podría servir como ejemplo de cómo escribir un cuento memorable: preciso, inquietante, y sin una sola línea de más.
A pesar de haber apoyado inicialmente la Revolución Cubana, Piñera fue posteriormente marginado debido a su homosexualidad y a la naturaleza transgresora de su obra. En 1961, fue arrestado durante la "Noche de las Tres P", una redada policial contra prostitutas, proxenetas y pájaros (homosexuales). Aunque fue liberado rápidamente, su obra fue censurada y su figura, silenciada durante años.
Falleció en La Habana en 1979, en relativa oscuridad. Sin embargo, su legado dentro de Cuba ha sido reivindicado en años recientes (ahora que él ya no puede opinar, por supuesto). En 2012, con motivo del centenario de su nacimiento, se publicaron sus obras completas en Cuba, y su figura fue objeto de renovado interés y reconocimiento.
°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°°
Enlace a algunas de las obras de Virgilio Piñera que pueden leerse o escucharse sin costo en la red:
La carne (cuento)
Isla (poema)
La Isla en peso (poema, edición bilingüe español-inlgés)