Las honradas: deseo, inocencia y subversión
LETRAS Y MÁS LETRASGRETEL QUINTERO ANGULOISLA PERDIDASUELTAS Y SIN VACUNAR


A la novela Las honradas la tuve años en mi montón de libros en espera porque en la contraportada de la edición que yo tengo la describen simplemente como la historia, muy bien narrada, de una seducción. Pueden entonces hacerse una idea de mi sorpresa cuando, al comenzarla, me encontré con uno de los textos más profundo y mejor logrado sobre el universo femenino que haya leído, a pesar de que ser una novela bastante infravalorada y que no suele calificarse como una obra feminista. Y es que el feminismo en Las honradas es, de entrada, sutil; se manifiesta primero de una manera en apariencia inconsciente, a través de la preocupación genuina y comprensible de una madre por el futuro de su hija. Aunque, eso sí, a medida que el libro llega a su final, su autor deviene explícito hasta tener pasajes que casi podrían considerarse un ensayo –supongo que por si acaso a alguien no le habían quedado claras las cosas.
A sus casi treinta años, Victoria, nuestra protagonista “seducida”, se decide a escribir unas memorias en las que recoge las experiencias que han dado forma y fundamento a su carácter, para que su hija de doce años se sirva de ellas en su adultez y logre toda la felicidad que no ha logrado su madre. Todas las mujeres de la vida de Victoria, cuyas historias aparecen también en la narración, desde la más santa hasta la más suelta —porque, claro, al parecer cualquier clasificación de las mujeres tiene que pasar, necesariamente, por lo sexual— han sufrido por su condición de mujer. Y a Victoria, viendo el indetenible desarrollo de su hija hacia la mayoría de edad, le atormenta el no poder ayudarla, el no ser capaz de indicarle un camino claro hacia su realización en una sociedad que, sin importar la actitud que tomen, muestra siempre hacia las mujeres mucha hostilidad.
Pero entonces, ¿de qué va realmente esta novela?
Pues de la educación sexual y emocional de las mujeres, y de las realidades sociales, económicas y políticas que la afectan. Inesperado, ¿verdad?, sobre todo al tratarse de un texto escrito en 1917 por un hombre, Miguel de Carrión (La Habana, 1875–1929), médico, periodista y novelista cubano que, a través de una narrativa de corte naturalista, exploró las contradicciones de la sociedad de su época, criticando la hipocresía detrás de las convenciones sociales, las relaciones de poder y la moral tradicional a través de temas como la represión, el deseo y la búsqueda de identidad en contextos sociales restrictivos.
Con respecto al lugar de la mujer en el entramado social y el impacto de este lugar en la individualidad de las féminas, Carrión hizo la tarea. No tengo idea de cuales fueron su inspiración ni sus fuentes, pero siendo Las honradas la narración en primera persona de la vida íntima de una mujer, la voz de Victoria es tan auténtica, multidimensional, y desprovista de adornos y mojigatería que resulta, incluso más de un siglo después, muy fácil identificarse con ella. Victoria podría ser yo o cualquiera de mis amigas, y, más allá de su raza, nacionalidad y clase social, sus conflictos son todavía los de muchas mujeres.
Nacida en una familia de clase media, desde niña, Victoria sabe que su objetivo vital es casarse, y formar y cuidar de su familia. A medida que crece ella está cada vez más emocionada por asumir por completo su deber y satisfacer todas las expectativas sociales que se tejen a su alrededor. Pero, contrario a lo que quizás cabría esperar de la supuesta historia de “una seducción”, desde el inicio de la novela, además de en el amor, que sería el punto de conflicto obvio en este caso, hay un foco muy fuerte sobre la dimensión sexual del asunto.
En el patio lleno de vida y árboles frutales de la casa familiar, la madre de Victoria solo admite animales hembras —perras, gatas, gallinas…— para evitar que la observación accidental del acto sexual de alguna de estas especies despierte la curiosidad y dañe la “inocencia” de sus hijas, poniendo en peligro su “honra”. Así, llega Victoria al matrimonio tan solo contando, para la noche nupcial, con un conjunto de consejos más bien crípticos de su madre, su hermana ya casada, y algunas de sus amigas.
Aquella primera vez es un desastre. Victoria no sabe qué hacer y Joaquín, su joven esposo, tampoco tiene mucha idea. Pero a la larga, la culpa del pobre performance íntimo de la pareja recae sobre ella, pues Joaquín espera que “su instinto de mujer enamorada”, sumado a las ganas de complacerlo que obviamente debe tener ella, la conviertan de manera “natural” en una especie de diosa sexual, en una especialista en eso que, a lo largo de su vida, todo el mundo ha tratado de esconderle. De esta forma, los encuentros sexuales del joven matrimonio comienzan a convertirse para ella en momentos de miedo, confusión y angustia. Para colmo, ante cada fracaso, Joaquín pone cada vez más en duda el amor que le tiene la muchacha, ya que esta no acaba de ser capaz de expresárselo en los términos apasionados que él desea.
La seducción
Así de gris iba la cosa cuando, por circunstancias de la vida, Joaquín debe partir a trabajar varios meses al oriente de la Isla y decide dejar a Victoria en La Habana bajo la compañía, o el cuidado, de una tía solterona, mujer desclasada si alguna vez la hubo. Y ahora sí aparece el seductor quien, al contrario del ingenuo Joaquín, es un hombre de fuertes deseos y pasiones, que gusta de gozar la vida libremente siempre y cuando esa libertad no lo perjudique a nivel económico ni social. Un hombre muy atractivo a unos niveles que Victoria no ha conocido antes, que no tarda en convertirse para ella en tentación y desafío, y que termina por abrirle a la muchacha los caminos infinitos de la sensualidad.
Pero ella está casada y él no quiere saber nada de amores eternos ni románticos, así que, como es de esperar, su amorío termina de una forma tan práctica como dramática, aunque estoy segura, no por los motivos que ustedes se puedan estar imaginando ahora mismo. Lo más irónico de esta relación ilícita resulta ser que, a la larga, de ella se deriva la solución definitiva de los problemas matrimoniales de Victoria, pues una vez que Joaquín regresa, su felicidad no puede ser mayor al comprobar que por fin ella lo ama de verdad, ya que ahora Victoria es capaz de demostrarle muy bien su amor en la alcoba al poner en práctica con él todo lo que ilícitamente aprendió con el otro…
La violencia ginecológica
Además de la violencia sexual vivida por sus personajes, también hay en Las honradas momentos de violencia ginecológica. Este ha sido un tema bastante ignorado hasta hace poco y, por ello, sorprende hallarlo en la novela a través de dos situaciones bastante terribles. La primera es la narración de un aborto tan doloroso como necesario, y dada la época y el lugar, clandestino e ilegal, que se describe sin moralismos, pero con todos los detalles físicos, sociales y psicológicos requeridos por el ortodoxo naturalismo de Carrión.
La segunda, a pesar de los años que hace que leí la novela, aún me pone la carne de gallina. Es una histerectomía, que también se describe en detalle, aunque son los motivos que conducen a ella y sus consecuencias los que la convierten en un acto de terror. Recordemos que esta novela data de 1917, que el primer antibiótico, la penicilina, no se descubrió hasta 1920 y que su uso no se popularizó ni su producción se hizo en masa hasta la década de 1940. Con anterioridad a esto, aunque la histerectomía no se usaba específicamente como tratamiento para infecciones de trasmisión sexual, sí se aplicaba en ciertos casos graves en los que las complicaciones relacionadas con estas enfermedades afectaban mucho la calidad de vida de la paciente o directamente amenazaban su existencia. En el caso que se presenta en Las honradas, la amputada es una mujer muy decente, que solo ha mantenido relaciones con su esposo, siendo este quien le contagió la enfermedad por la cual terminan sometiéndola a la operación. No obstante, el esposo le prohíbe a los médicos explicarle a ella los verdaderos orígenes de su dolencia, por lo que, luego de la cirugía, esta mujer vive en sumisión total a su marido que la subyuga y maltrata psicológicamente, entre otras cosas, a través de la culpa que ella siente por haber sido una mujer enferma y ahora estar incompleta, incapaz de dar a su esposo los hijos que él tanto desea.
De hecho, una de las características más importantes de Las honradas es que todas sus protagonistas, también las que no he mencionado aquí e incluso las más rebeldes, son a la larga “niñas bien”, mujeres que verdaderamente desean cumplir con todo lo que a nivel social e individual se espera de ellas, y que aun así, acaban chocando con los prejuicios y las injusticias machistas, y sufriendo sus consecuencias. Quizás porque en el fondo, es imposible ser un buen sirviente sin ejercer un poco de violencia sobre nosotros mismos o, en su lugar, aceptar que otros la ejerzan.
Una novela complementaria y algunos comentarios finales
Pero si Las honradas se centra en la vida de las “niñas bien”, Carrión nos dejó también una obra complementaria, Las impuras (1919), en la que acompañamos la caída, o sea el camino hacia la prostitución, de Teresa, una mujer que cometió el pecado por el cual aún hoy en día muchas padecen: intentar vivir según sus propias reglas; y a la que la sociedad, o sea, su familia y allegados, le hacen pagar su idealismo de manera bastante despiadada. Sin embargo, aunque Las impuras también es una buena novela y comparte con Las honradas el mismo espíritu crítico hacia una sociedad llena de doble moral, su trama es más predecible al haber sido el problema de la mujer que vive en franca transgresión de las reglas sociales muy tratado en obras anteriores, como Tristana de Benito Pérez Galdós o La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo.
Pero no por ello su lectura se disfruta menos, ya que su protagonista es igualmente entrañable y su conflicto, sin duda alguna, muy universal. Además, tiene un gran valor sociológico, historiográfico y psicológico, pues al igual que Las honradas, ofrece una crónica amplia y profunda de la Cuba del primer cuarto del siglo XX, cubriendo variedad de escenarios geográficos y sociales dentro de la Isla, y al mismo tiempo explorando de manera profunda y sin tapujos una serie de conflictos humanos y, por tanto, atemporales, y la manera en que lidiaban con ellos las mujeres y hombres de la época.
En el caso de Las honradas, creo que en particular destaca y conecta con el presente la manera en que entonces, y aún hoy en más círculos de los que nos gustaría, se colocaba a las mujeres en un lugar intelectualmente inferior, tratándolas como niñas necesitadas de protección y guía, e intentando mantenerlas en la ignorancia de temas –legales, económicos, médicos o sexuales— que resultan trascendentes para ellas. En ambas novelas, a pesar de tener un rol social tan bien definido, las mujeres no dejan de ser siempre unas outsiders, incapaces de hallar un lugar real y cómodo en el mundo, pues su verdadero ser es empujado a vivir en un espacio sombrío detrás de su obligada pureza y respetabilidad, y sus problemas deben resolverse en secreto, creando la ilusión de que en realidad no existen. Quizás por esto último es que, al tratarse de un libro sobre lo que podríamos llamar conflictos femeninos, chocamos en él una y otra vez con temas que en su época eran tabú, y que aún hoy continúan siendo muy controvertidos.
Por último, quisiera aclarar que a pesar de los spoilers que he hecho en mi comentario, estos no agotan, ni de cerca, la experiencia que puede resultar de leer esta novela. Y si usted no gusta de leer, pues sepa que de ambas obras hay una excelente versión conjunta en formato de telenovela, Las honradas, producida en Cuba en 1990 y que se puede encontrar gratis en YouTube.