De silencios II: Cada paso con su compañía
Y estaba caminado sin repetir en la palabra, buscando por la memoria de espera, condenado sin saberlo...
LETRAS Y MÁS LETRASETIEN MARTÍNEZ ROMÁNEL SUEÑO DE GRETEL


De Silencios
Crayola y tinta sobre papel, 15x15cm
Etien Martínez Román, 2024
(...)
Cada paso con su compañía
A quien siempre he pedido ayuda, desde el trenzar de las manos…
Hice primero el viaje con la margarita:
Desde la noche a la salida del acto mayor. Caminar como los primeros. Tener el paso como el contorno de nuestros cuerpos separados. Y hacer la senda. Por vez primera. Después ruta más corta entre los mismos árboles ceñido entre mis brazos por la rama con su sombra. Después de continuar el trazo de su mano por mi espalda: el trazo de mis dedos sobre la piel dejada junto al río en la tarde del árbol y la entrada de la iglesia junto al puente. Ahora en la noche con la margarita junto a mí, sin pensar en la rama ni esperarla. Quizá añorando la espiga que saldría años después también de noche, después de mirar su base y sus azules en el ruido conocido del mediodía. La espiga no anuncia a la rama, no espera a la flor que me acompaña, desde toda la noche, cuando siempre preguntaba por qué habría de seguir tejiendo entre las hojas. ¿Quién me acompañará en la despedida? Y solo la pregunta cuando nos acercábamos al primer parque, dejando entonces la certeza del rumbo extraviado por mi miedo al silencio en el paso de los días. Y hacía del verso las mismas palabras, saliendo del mismo camino en el silencio de la calle. Esperando lo oscuro en el rostro tembloroso de la forma más intensa de la espiga, cuando tenía que empezar y apenas había llamado con la tristeza de quien no lo esperan. Y estaba caminado sin repetir en la palabra, buscando por la memoria de espera, condenado sin saberlo. Y el miedo haciéndome seguirlo, sin dejar que el silencio tuviera fuerza de mirarnos. Junto a ella íbamos haciendo el regreso. Detrás de mí, sin saberlo, la monotonía de la felicidad dispuesta por los otros. Y yo que se mentirme muy bien con ella, sin las cuerdas de la primera caída entre el llanto de quien no alcanzó a su letargo. Ha de llorar, alejada de las voces, la margarita envuelta en la otra compañía de mis ruidos. Hacer del decir cuando salimos del corto zaguán de la ciudad, en el terror esperado de lo que no recuerdo. Y esa noche pudo pesar más el sosiego de lo previsible, también dador de miedo. Saltar desde el principio. ¿Qué hacer? Sin dejar la marcha, cuando entrabamos al parque, puse silencio esperando que ella lo rompiera salvándome del deseo, aletargándome aún más entre tanto loto sembrado por los otros que no alcanzaban a comer. Romper el silencio me dejaba en el marasmo del ritmo apacible en la sonrisa, donde todo color está bien engarzado y los trazos mayores son prohibidos. Querría yo que nunca la espiga apareciese. Sin el paisaje, sin la premura de agotarlo todo. Vivir sin darse cuenta. De nada de esto salva el silencio. Y yo esperando que margarita lo rompiera. ¿Y el hastío? Vengan los árboles de noche y digan ante cada rama que espere yo mejor la bienvenida. Cuál pudo ser la roca mayor que sin tocarla hizo en la noche antes de entrar al parque fugar todo el miedo en el silencio para dejar que ya sin luces acudiera entre mis pasos su voz protectora en claridades, y así volver a empezar en el engaño. Dándome la cercanía de su cuerpo. Y ya sea la monotonía de las rocas dispuestas en el color de sus líquenes, llevando de sí el sabor contenido por cada brisa separada del musgo y de las hojas. No quiero volver a empezar, atrapado en el ritmo dispuesto por otros: sin saber, sin alcanzar mi mano, dejando la espera de cada nube que no conocía, de las flores por las que no se habla. La certeza de no tener espiga intuyó un miedo mayor. ¿Cómo continuar rumbo sin la rama constantemente adornada con su sombra? Línea frágil devuelta con el frio de la noche, pierde de mí cada azul de lejanía entre el humo mayor alzado a niebla. Lleva la certeza dentro de cada engaño. Basta decir más entre el tormento al entrar al parque. Comienza mi silencio, llevado en pos del suyo. Y nadie advierte de alguna lluvia entre las noches. No hay sino la misma espera en mi cabeza, donde ella rompa el silencio. Van por veinte años que dan tiempo a olvidar cómo en esa noche compartimos silencio. Yo sintiendo desgajarse la sonrisa entre la espera mejor de quien no sabe. Y dejamos atrás el parque, la colina y los recuerdos. Yo en la certeza del fin, si saber cuál pétalo alcanza sus colores. Desgaste del nombre en los colores. Tiempo de la nube negando entre los árboles. Llegando al valle sin buscarlo. Y otra vez, dejando el lamento al oír tu llanto. No quedo sino el silencio después de decirle al parqué, a la colina y deambular entre las sombras. ¿Por qué callaste si había aprendido a nombrar las flores? Estado de toda la tristeza, y yo sin darme cuenta, después de veinte años. Después vino la espiga, la rama con su sombra nombrada como el lirio, la rosa, el girasol…y yo sin darme cuenta del color final de la tristeza, disuelta en el sacrificio de sus miedos…y yo en silencio, hasta el final del paso en mi caída, pensando en mí, llevado por el suelo hacia mí, terminado el lamento de mi propia ansia: ansía por el miedo de verme, de llevar mi centro desplazado por mi propio centro, esperándome. Y no salir entonces de como yo he de verme en el suelo, para estar más cerca de la raíz que soy yo mismo. Sin tener más que la piedra por mi propia compañía, haciendo mayor mi deseo por el suelo, terminado de mí, vuelto en mi extensión, desde mis ojos llevados por cada sonido de mi espera en el temor del suelo. Sin ver más que el silencio, comienzo de las flores. Término de humo. Y el miedo al silencio ha de venir de mi propio miedo, de arrancar de mí, cuando pueda encontrarme, centro en mi dispuesto y tener que finalmente desplazarlo hacia los otros. El silencio de arroja a los otros sin pasar por mí…por eso todos han de poner sus ruidos…cuando ellos aparecen, ahí yo salgo…si no están, yo solo puedo ver los otros y he de olvidarme de mí. Fin que no tiene pasión de despedida. Cierto como cerco de la ventana abierta, entre el cristal doblado por la lluvia y perfumado por el humo del follaje.
Luego estuve sentado en el jardín:
Después de veinte años, y antes de compartir silencio con la margarita, fui a una piedra delante de un lago y delante de una casa de madera con un reloj que alcanzaba el techo. Jardín y yo, desde la noche, sentados en el silencio de mi propia audacia. Pero, aquí no podía vencer a las flores y sin saber, caí entre los árboles. No hay queja posible, has de esperar, rendido por tu propia cobardía. Y ahí que el silencio separa cada color entre las brisas de la carretera y el pueblo donde otros del jardín también dábanme silencio. Pero era feliz, quizá, como al besar la espiga o repasar el final hermoso de la rama con su sombra. ¿Y el jardín…? ¿Dónde estaba cada mañana? Silencio con su ausencia y sentado junto al frente a la puerta de más luz. Silencio que no pude escoger y no quise romper por mi miedo. Silencio que no pude imponer como antes, al entrar de noche el parque. Ahora, con el silencio dado, solo quedaba aceptarlo como el cargar de toda la madera para la casa. Quieren conocerme quienes abrazaron su cuerpo con el humo imperceptible que salio de mi silencio. Pero no puede ver mi suelo, siempre atento a cómo el jardín esperaba mi vuelo. De nuevo. Silencio que me aleja de mí. Saliendo de mi parte al cultivar las flores. Silencio desde el comienzo de los otros que siempre quiero sembrar para mí. Lianas, colgando de las flores…y el brazo de la lejanía…ruido mayor entre el vapor del agua fugada desde el lago…no aparecieron ni la espiga, ni la rama, ni el girasol…solo el jardín entrando en el agua para descansar frente a mí. El lago, los paseantes, el viento, el crujir de toda la casa, mis pasos, cada gesto sosteniendo la belleza de lo bien dispuesto y todo adornando el silencio…mi silencio, porque yo soy el extraño incluso para las piedras del camino, agotadas por el rodar de cada lento vendaval que llega de la ciudad. Silencio con el miedo, no con el hastío... silencio con a la fuerza del amor que no conocía hasta que vi la sombra reflejada en el lago aún muy frio para poner mis brazos sobre un fondo mezclado con su orilla. Silencio que no enseña a confiar. Roca separada de su regalo. Y el tuyo como el mío…ambos regalan a su viento favorito. Cada escala donde se pueda. Yo tengo para el jardín el silencio de la cobardía…y jardín cree que yo soy el más valiente…ah, temor de por las tardes: en la noche no debe esperar el sueño, ni el despertar.

